lunes, 22 de agosto de 2011

¿ Que es el Santo Rosario ?



Hasta ahora se ha considerado como la mejor definición del Rosario, la que dio el Sumo Pontífice San Pío V en su "Bula" de 1569: "El Rosario o salterio de la Sma. Virgen, es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María; interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor". El Rosario constaba de 15 Padrenuestros y 150 Avemarías, en recuerdo de los 150 Salmos. Ahora son 20 Padrenuestros y 200 Avemarías, al incluir los misterios de la luz.........
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hola de nuevo

después de un largo período de ausencia, les saludamos de nuevo con muchísimo gusto, hay tantas cosas que platicar, pero nos iremos poco a poco, para informarles de todo cuanto ha acontecido y sobre todo lo que viene para nuestra diócesis, pero principalmente, lo que rodea a nuestra querida Parroquia de Santo Cristo. Esperamos verlos seguido por aquí, les invitamos a dejar sus comentarios, sus sugerencias,
en fin, todo cuanto nos pueda ayudar a estar más informados acerca de nuestra comunidad.
para empezar les dejo un enlace de lo que se está viviendo en Madrid, con motivo de la visita del Papa
Benedicto XI, en la jornada mundial de la juventud, dá click en la foto.....


para unirte en el facebook a esta jornada, dá click aquí...

videos en youtube aquí

fotos en flickr aquí
esperamos que esta información te sea útil, nos leemos pronto, Que Jesús y su Madre Santísima te acompañen...


sábado, 23 de abril de 2011

Fuego Sagrado

La iglesia del Santo Sepulcro que muestra la Tumba de Cristo, mientras esparcen el Fuego Sagrado, en Jerusalén.

viernes santo

Día en que crucificaron a Cristo en el Calvario.

Cómo rezar el Via Crucis.

La Virgen de la Soledad
 
Viernes Santo
Viernes Santo
En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. El sacerdote lee la pasión de Cristo en la liturgia de la Adoración a la cruz. Ese día no se celebra la Santa Misa.

En las iglesias, las imágenes se cubren con una tela morada al igual que el crucifijo y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está.

El color morado en la liturgia de la Iglesia significa luto. Se viste de negro la imagen de la Virgen en señal de luto por la muerte de su Hijo.

Podemos recordar leyendo el Evangelio de San Juan, capítulo 18, versículos 1-19, 42.

¿Cómo podemos vivir este día? 

Este día manda la Iglesia guardar el ayuno y la abstinencia.
Se acostumbra rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz.
Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción.
Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento.
A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.

¿Cómo se reza un Via Crucis?

Esta costumbre viene desde finales del siglo V, cuando los cristianos en Jerusalén, se reunían por la mañana del Viernes Santo a venerar la cruz de Jesús. Volvían a reunirse al empezar la tarde para escuchar la lectura de la Pasión.

El Via Crucis es una manera de recordar la pasión de Jesús y de revivir con Él y acompañarlo en los sufrimientos que tuvo en el camino al Calvario.

Se divide en catorce estaciones que narran, paso a paso, la Pasión de Cristo desde que es condenado a muerte hasta que es colocado en el sepulcro.

El Via Crucis se reza caminando en procesión, como simbolismo del camino que tuvo que recorrer Jesús hasta el Monte Calvario. Hasta adelante, alguno de los participantes lleva una cruz grande y es el que preside la procesión. Se hacen paradas a lo largo del camino para reflexionar en cada una de las estaciones, mediante alguna lectura específica.

Si se desea, después de escuchar con atención la estación que se medita y al final de cada una, se puede rezar un Padrenuestro, mientras se camina hasta la siguiente estación. El que lleva la cruz, se la puede pasar a otra persona.

Via Crucis para jovenes

1.- Jesús es condenado a muerte

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Mi buen Jesús, te han condenado a muerte. ¿Estás triste? ¿ Estás asustado?
En tu lugar yo me sentiría así. Yo quiero quedarme junto a ti para que no te sientas sólo.
Ayúdame, Jesús, a tener fuerzas para quedarme junto a ti.

2.- Jesús es cargado con la cruz

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús mío, te han cargado con la cruz. La veo muy grande y seguramente te pesa mucho. Yo quiero ayudarte.

Dios mío, ayúdame a portarme muy bien y así ayudar a Jesús, tu Hijo, para que la cruz le pese un poco menos este Viernes Santo.

3.- Jesús cae por primera vez

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Te has lastimado, mi buen Jesús, pero te vuelves a levantar. Sabes que debes seguir adelante. Yo quiero seguir contigo.
Dios mío, dame fuerzas para levantarme cuando me caiga y así seguir adelante, como lo hizo Jesús.

4.- Jesús encuentra a María.

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

María, ves pasar a tu Hijo y te duele mucho verlo así. Te duele más que a todos nosotros. Pero tú confías en Dios y Él te hace fuerte y mantiene viva tu esperanza en la resurrección.

María, déjame estar contigo acompañándote y ayúdame a parecerme cada día más a ti.

5.- Jesús es ayudado por el Cireneo

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

El Cireneo te ayuda a cargar la cruz. Yo también quiero ayudarte cada vez que te vea cansado.

Dios mío, ayúdame a ser generoso y servicial. En mi casa, en la escuela y en todo lugar para así parecerme al Cireneo y ayudar a tu Hijo a cargar la cruz.

6.- La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Una mujer se ha acercado a ti, mi buen Jesús y te ha limpiado la cara. Tú la miras con mucho amor. Así quieres que tratemos a nuestros semejantes.

Dios mío, así como la Verónica se acercó con tu Hijo, yo también quiero hacerlo con mis hermanos.

7.- Jesús cae por segunda vez

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Otra vez te has caído, mi buen Jesús. Es que el camino es muy largo y difícil. Pero nuevamente tú te has levantado. Tú sabes que es necesario levantarse y seguir adelante hasta el final.

Jesús, ayúdame a levantarme igual que tú, para poder seguir adelante en mi camino hacia ti.

8.- Jesús consuela a las santas mujeres

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Hay unas mujeres en el camino del calvario y tú te has detenido a saludarlas. Es tan grande tu corazón que las consuelas, en lugar de recibirlo. Quieres darles la esperanza de la Resurrección.

Dios mío, ayúdame a tener el corazón tan grande como el de tu Hijo Jesús, para ayudar siempre a mis hermanos.

9.- Jesús cae por tercera vez

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Una vez más, mi buen Jesús, una vez más has caído. Y una vez más te has levantado. Tú sabes que es necesario llegar hasta el final para así poder salvarnos del pecado.

Gracias, mi buen Jesús, porque te levantaste y así me salvaste. Ayúdame a mí a levantarme cada vez que me caiga.

10.- Jesús es despojado de sus vestidura

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Mi buen Jesús. Te quitan la única túnica que tienes y los soldados la juegan a los dados. Vas a morir pobre, como también naciste pobre. Pero tú nos dijiste una vez que tu Reino no es de éste mundo, y son las puertas del cielo las que quieres abrir para nosotros.

Gracias, mi buen Jesús, gracias por querer salvarme.

11.- Jesús es clavado en la cruz

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Has llegado a la parte alta del monte, mi buen Jesús. Y te clavaron en la cruz como si fueras el peor de los ladrones. Pero tú sabes perdonar a quienes lo hicieron. Y también nos perdonas nuestras faltas.

Jesús mío, también perdóname a mí. Yo te quiero mucho y no me gusta verte así.

12.- Jesús muere la cruz

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Mi buen Jesús, viniste al mundo a salvarnos y ahora lo has logrado. Con tu muerte en la cruz, con tu obediencia a tu Padre nos has abierto las puertas del cielo.

Gracias, mi buen Jesús, gracias. Ahora ayúdame para que yo me gane el Cielo.

13.- Jesús es bajado de la cruz

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

María, tu Madre, te detiene entre sus brazos. Está muy triste, pero sigue confiando en Dios. Ella sabe que este no es el final.

María, tú te convertiste en mi Madre desde la cruz. Jesús nos ha querido hacer ese regalo.Ayúdame a estar muy cerca de ti y de tu hijo toda mi vida.

14.- Jesús es colocado en el sepulcro

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Ahora todo ha terminado. La gente vuelve a su casa. Pero a nosotros nos queda la esperanza de la resurrección.

Sabemos que tú vivirás siempre. En el Cielo, en el Sagrario y también en nuestro corazón.
Ayúdame, mi buen Jesús, ayúdame a resucitar contigo cada día, y a vivir con la alegría de la resurrección.

Vía Crucis para niños

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

Jesús mío, tu silencio me enseña a llevar las contradicciones con paciencia.
Padrenuestro.

Segunda estación: Jesús va cargado con la Cruz

Esta Cruz, ¡Jesús mío! Debiera ser mía; mis pecados te crucificaron. Padrenuestro.

Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la Cruz

¡Jesús mío! Por esta primera caída, no me dejes caer en pecado mortal. Padrenuestro.

Cuarta estación: Jesús encuentra a su Madre

Que ningún afecto humano, ¡Jesús mío!, me impida seguir el camino de la cruz. Padrenuestro.

Quinta estación: Simón, el cirineo, ayuda a Jesús a llevar la cruz

Jesús, amigo mío, que yo acepte con resignación cualquier prueba que sea tu Voluntad enviarme. Padrenuestro.

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Imprime, Jesús, tu sagrado rostro sobre mi corazón y concédeme que nunca lo borre el pecado. Padrenuestro.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

Jesús mío, déjame ayudarte a levantarte, y cuando yo me caiga, me ayudas tú. Padrenuestro.

Octava estación: Jesús consuela a las santas mujeres

Mi mayor consuelo, ¡Jesús mío!, sería oírte decir: muchos pecados te son perdonados, porque has amado mucho. Padrenuestro.

Novena estación: Jesús cae por tercera vez

Jesús, cuando me sienta cansado en el camino de la vida, sé Tú mi apoyo y mi perseverancia en los trabajos. Padrenuestro.

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

Despójame, Jesús, del afecto de las cosas terrenas y revísteme de la túnica del arrepentimiento y penitencia. Padrenuestro.

Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz

Enséñame, amado Jesús mío, a perdonar las injurias y olvidarlas. Padrenuestro.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz

Ya estás en la agonía, Jesús mío, pero tu Sagrado Corazón late de amor por los pobres pecadores. Haz que te ame. Padrenuestro.

Décimo tercera estación: Jesús es bajado de la cruz

Tu cruz se ha quedado vacía y nosotros, tristes. Ayúdanos a saber esperar la alegría de la resurrección. Padrenuestro.

Décimo cuarta estación: Jesús es colocado en el sepulcro

Cuando yo, Jesús, te reciba en mi corazón en la sagrada Eucaristía, haz que halles digna morada, para Ti. Padrenuestro.

El sermón de las Siete Palabras

Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases que pronunció Jesús en la cruz, antes de su muerte.

Primera Palabra

"Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen". (San Lucas 23, 24)

Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y no del de los hombres. Jesús no pidió el perdón para Él porque no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos, sino a sus enemigos. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es prueba de amor.

Segunda Palabra

"Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso". (San Lucas 23,43)

Estas palabras nos enseñan la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor depende de nuestra filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer un bien a otros y a nuestra alma. Nos acerca a Dios si le damos sentido.

Tercera Palabra

"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre". (San Juan 19, 26-27)

La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres.
El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites. María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores.

Cuarta Palabra

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (San Marcos 15, 34)

Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla con el Padre.
Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto.

Quinta Palabra

"¡Tengo sed!" (San Juan 19, 28)

La sed es un signo de vida. Tiene sed de dar vida y por eso muere.
Él tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón. Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz sin Dios. La sed de todo hombre es la sed del amor.

Sexta Palabra

"Todo está consumado". (San Juan 19, 30)

Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día.

Séptima Palabra

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". (San Lucas 23, 46)

Jesús muere con serenidad, con paz, su oración es de confianza en Dios. Se abandona en las manos de su Padre.
Estas palabras nos hacen pensar que debemos de cuidar nuestra alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo, pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en al vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras almas.

La Virgen de la Soledad 

Bajo el título de la Virgen de la Soledad, se venera a María en muchos lugares y se celebra el viernes santo.

El Viernes Santo se acompaña a María en la experiencia de recibir en brazos a su Hijo muerto con un sentido de condolencia. Se dice que se le va a dar el pésame a la Virgen, cuya imagen se viste de negro ese día, como señal de luto.

Acompañamos a María en su dolor profundo, el dolor de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que se haya realizado jamás, pero al mismo tiempo le alienta una gran esperanza sostenida por la fe. María vio a su hijo abandonado por los apóstoles temerosos, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.
María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no lo comprendamos.

Es Ella quien con su compañía, su fortaleza y su fe nos da fuerza en los momentos del dolor, en los sufrimientos diarios y pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de ella y comprendamos que en el dolor, somos más parecidos a Cristo y capaces de amarlo con mayor intensidad.

La imagen de la Virgen dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos.

Se le puede cantar a la Virgen la siguiente canción:

En el sufrimiento
supiste callar,
y junto a tu hijo
enseñas a amar.
Un Viernes Santo, con gran dolor,
sufre en silencio junto al redentor;
desde esa hora, hora de cruz,
es nuestra Madre, nos la dio Jesús.

Sugerencias para vivir la fiesta:

jueves, 21 de abril de 2011

GESTSEMANÍ
Un hombre, el más inocente de todos, Jesús de Nazareth, cae de rodillas en el huerto de los olivos. Sólo le contempla la luna que baña, enmudecida, las sombras de la ciudad santa. Era de noche.
Era de noche en el alma de Judas Iscariote, uno de los apóstoles, que ha tomado la decisión de traicionar de su maestro.
Era de noche también en el alma de Jesús. El Señor, que nos acostumbró a verlo tan seguro de sí mismo, dueño de toda circunstancia, aun en medio de situaciones muy tensas, ahora cae de rodillas, temblando. Su sudor es frío, llora, gime. Su oración es inusual: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz.”
¿Cómo es que tú, que siempre aceptaste la voluntad del Padre y la defendiste contra toda rebaja por parte de los hombres, ahora la rechazas? “Padre, si es posible...” ¡Cuánto te debió doler esta oración! ¡Hasta qué punto debió llegar tu sufrimiento moral que te ha reventado por dentro y te ha hecho chorrear goterones de sudor sanguinolento!
Agonía, temor, pavor, tristeza suma, casi desesperación, tedio, pesar. Estas son las aves que anidan en tu ánimo. Por eso te encontramos desplomado, yaciente en el suelo, gimiendo e implorando misericordia al Padre de los cielos. Sí que era de noche.
¿Por qué esta escena? ¿Por qué así? ¿Qué contemplabas, Jesús?  Delante de ti se levantaba una oscura y pesada ola de contradicciones, pasiones desbocadas, traición y desprecio, vejaciones sin cuento, injusticias e ingratitudes, insensibilidad y odio. Todo concentrado sobre ti. Y estabas solo. Terriblemente solo.
Y no era para menos. Las imágenes de lo que te vendrá encima son como sordas bofetadas sobre tu corazón. La traición de Judas, alma escogida; el abandono de los once restantes cuando la captura; las negaciones de Pedro; la condena injusta; el ir y venir de Pilato a Herodes; la cobardía y contemporización del procurador; el bestial ensañamiento de la cohorte sobre tu persona bendita; el desprecio de la chusma que prefirió a un bandido de nombre Barrabás; el via-crucis; la crucifixión; las tres horas de agonía colgado de un madero, pendiendo sobre tus carnes vivas; los desprecios y desafíos que aún allí te lanzarán los escribas y fariseos. Una muerte ignominiosa. Este era el cáliz que por adelantado te hacía beber el Padre.
¡Y no sólo! Ese cáliz insoportable lo completa el ridículo y triste espectáculo de tus seguidores y amigos que a lo largo de la historia actuarían “como si no te conociesen”, como si estas páginas del evangelio no hubiesen sido escritas, como si tu donación dolorosa no les incumbiese también a ellos. ¡Cuántos besos sacrílegos y traidores! ¡Cuántas promesas tiradas al bote de la basura! Y ¡cuánto desprecio a tu persona en la persona de los pobres, de las viudas, de los niños, de los ignorantes, de los que no suelen contar para nada en los destinos de las naciones!
“Padre, si te es posible…” aparte de mí tantos pecados, tanta destrucción y muerte. Tantos sitios de exterminio: los lagers, los Gulag, los Albania, los Bosnia, los Ruanda. A tantos Hitlers y Stalins a lo largo de la historia. Todas las matanzas y carnicerías inútiles y gratuitas, perpetradas sobre poblaciones inocentes. Las revanchas, odios, venganzas, rencores, riñas, discusiones sin sentido, disensiones familiares, distancias entre hermanos.
Aparta de mí tanta infidelidad conyugal, tanta debilidad e inconsciencia ante el dolor de los hijos abandonados. Aparta tanto escándalo público, tanto mal ejemplo y desfachatez engrandecida por los medios de comunicación pública.
Aparta de mí tanto desenfreno sexual, tanto comercio con la debilidad humana, tanta propaganda escandalosa.
Y, sobre todo, aparta de mí, Padre santo, el grito angustioso del pequeño que clama desesperado, desde el seno materno, que quiere vivir, que merece vivir, que no es ningún injusto agresor. Él se considera un regalo, puro don de alegría para sus padres. Y hay tantos de ellos, tantos médicos que lo consideran un producto, un montón de células, un huésped indeseable, un auténtico enemigo de la felicidad matrimonial.
¡Quiere vivir! ¡Quiere decirles que los quiere mucho! Sin embargo, son miles, millones de hombres cuya vida ha segado el egoísmo humano.
Guerras, pobreza extrema, infidelidad generalizada, vida de placeres y despilfarro material. Suicidios. Borracheras y orgías. Droga al por mayor. Vandalismo sin sentido, pandillerismo nihilista. Trata de blancas. Misas negras. Promoción de la homosexualidad. Superstición generalizada. La lista sería interminable.
Esto es lo que contemplas, Señor. Esto es lo que cargarás sobre tus hombres. Esto es lo que tu Padre te está cobrando: tú eres el redentor, tú pagarás por los pecados del hombre, de todo hombre, en todas las latitudes, de todos los tiempos. No hay escapatoria. Hay expiación. Y tú lo sabes. Y tú lo aceptas. Y tú estás pagando por ello. Con amor, mansamente… por mí y en mi lugar.
“Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” Que tu voluntad se realice en mi obrar cotidiano. Sea agradable o ingrata. Fácil o complicada. “Tu voluntad, Señor…”
EL PROCESO
Fue necesaria la oración del huerto para afrontar con majestuosidad el desenlace del drama: tu pasión bendita.
Porque fuiste tú quien salió al paso de la cohorte. Quien con tu sola palabra la derribaste, pero no huiste, pues tu decisión era entregarte. Te arrastraron cargado de cadenas, como si se tratase de un asesino: comenzaba el reino de la injusticia a desquiciar toda medida de humanidad.
Y Pedro salió a tu defensa. Pero tú detuviste su espada. Hubiera muerto por ti, pero no era ese tu plan ni el estilo de tus seguidores.
No. Guarda tu espada, Pedro, que Cristo necesita de otros apoyos, de otras defen-sas. Esas que desconoces y que te llevarán a renegar de él por tres veces consecutivas: la oración y la vigilancia. Tú dormías, él rezaba.
Todo el poder divino desplegado para calmar las aguas del lago de Tiberíades, en otra ocasión, hoy enmudece, reprimido bajo la humilde y paciente aceptación del plan del Padre. No hay odio ni fulgurantes rayos que eliminaran a los soldados. Sólo entrega mansa y consciente. Amorosa, decidida, total.
Te conducen ante Anás. Te interrogan. Permanecías callado y cuando respondes lo haces con lógica desarmante, con sencillez, con dignidad. ¿La reacción? Una bofetada prepotente de quien deseaba congraciarse con su jefe. ¿Y tu respuesta? Contundente y señorial: “Si he hecho mal, demuéstramelo. Si no ¿Por qué me pegas?”
Te llevan ante el Sanhedrín reunido en pleno. Te montan un juicio, contrario a la ley, que prohibía hacerlo de noche. Además, no te proporcionan un abogado defensor. Un juicio en donde la justicia brillará por su ausencia.
Se levanta el telón. Y comienza el teatro. Los actores ejecutan sus papeles como pueden. Se multiplican las acusaciones falsas, contradictorias, y tú callas. Contemplas con infinita conmiseración a aquellos pobres títeres del poder humano, quizá empujados a levantar falsos a fuerza de amenazas o de dinero. Sobran los gritos y aspavientos pasionales.
Y veinte siglos después los hombres seguimos sin aceptar tu evangelio, obcecados en nuestros criterios, rechazando la belleza de tu persona, la fuerza de tus milagros, el perdón de tu corazón, tu testimonio a favor de la verdad. Y permanecemos voluntariamen-te en el error, viendo en ti al enemigo nefando de nuestro reino de apariencias e intereses egoístas.
Juran. Se contradicen. Te interrogan. ¿Y tú? Callas. Es la mejor respuesta. Allí no hay más que uno que domina la situación: tú mismo. Tu silencio pesa como una losa sobre sus conciencias. Les duele.
Por eso tienen que desafiarte, tocando la herida más íntima de tu ser: “¿Eres tú el Hijo del Dios viviente?” A lo que no puedes responder sino afirmativamente, con plena consciencia de las consecuencias que esto comporta: “¡Sí, tú lo has dicho. Yo lo soy!”
Caifás se rasga las vestiduras, en gesto hipócrita. ¿Es que no tenía decidida, de antemano, tu sentencia de muerte? “¡Blasfemo!” El Dios que les has revelado les incomoda mucho, les asusta, porque no lo pueden manipular. Por eso tienen que deshacerse de él, a como dé lugar.
Ahora bien, cuando debías callar, para salvarte, hablas y cuando –para salvarte- deberías hablar, como ante Pilato, callas. ¿Por qué? Parece como si tú mismo intentaras echarte la soga al cuello. Como si fueses tú quien tuviese la última palabra para decidir qué hacer con tu vida: “Por esto el Padre me ama, porque yo doy mi vida por mis ovejas. Nadie me la quita, yo la doy por mí mismo. Tengo poder para darla y para volverla a tomar. Tal es el mandato que del Padre he recibido”.
Sí, es tu decisión. Esta es tu opción por el amor: aceptar mansamente el camino de la cruz para demostrarme hasta dónde eres capaz de amarme; el valor infinito del alma humana y la terrible seriedad de cada pecado, boleto de entrada al infierno.
Y aquí todo lo sucedido es históricamente comprobable: no son relatos edificantes, no es teatro religioso, no son la expresión de nuestras piadosas intenciones. Documentos romanos lo avalan. Y dado que podrías habernos redimido con un solo gesto significa que aceptar tu pasión y llevarla hasta las últimas consecuencias quiere decir que tu amor por nosotros, por cada uno, es simplemente extraordinario, infinito y total. Te has jugado todas las cartas para recuperarme. Has apostado todo, y perdiste, para ganarme. Si mueres en una cruz, en medio de los estertores más desesperantes…es que tu amor es simplemen-te apasionado, es locura, es el cielo recobrado.
LA CRUCIFIXIÓN
Tres condenados a muerte. Parecería que han recibido el mismo trato, pero no. A ti, Jesús, te rompieron las espaldas, te las araron a fuerza de latigazos. Los ejecutores se cansaron de golpearte inmisericordemente, hasta verte desmayar sobre la pequeña columna, retorciéndote de dolor.
Luego vino la borrachera de risotadas y burlas, en catarata, al hacer de ti el centro del juego llamado “basileos”: eras el rey de sornas, te vistieron con una clámide roja, te buscaron un cetro de caña y te coronaron -¡ingeniosa iniciativa!- con un casquete de espinas, que a base de presionarlo con sus guanteletes de hierro, terminaron por clavártelo completamente en tu cabeza bendita. Y nuevos, abundantes hilillos de sangre descendieron por tu rostro. Eran espinas muy pronunciadas, no muchas. La cohorte desfila burlonamente ante tu persona deshecha. Se arrodillan ante ti, saludándote con un “¡salve, rey de los judíos!”, y se despiden con un gesto obsceno, una risotada, tirando de tu barba sanguinolenta o escupiendo sobre tu rostro. Quizá, en el colmo de la humillación, alguno tuvo la desfachatez de orinar encima de ti… para que supieras que no eras nadie para ellos, aunque lo eras todo para la creación entera.
Paso seguido te llevan ante Pilato y éste se queda petrificado, al ver cómo en poco tiempo habías envejecido, y cómo te habían quitado tanto de esa dignidad regia que te envolvía. “Ecce homo”, o lo queda de él. Aquí está el hombre, para que terminemos con él. Aquí está el hombre, el auténtico, el genuino, el más bello hijo de Adán. Aquí está Jesús de Nazareth, nuestro redentor, revelándonos el valor infinito de cada persona al soportar este cúmulo de humillaciones. Sólo él “revela el misterio del hombre al hombre mismo”.
Tres son los sentenciados. Cada uno debe cargar sobre sus espaldas el travesaño horizontal hasta el montículo de la calavera. Unidos el uno al otro por cuerdas, comparten una misma condena, mismos sufrimientos, pero por razones diametralmente opuestas, y con resultados absolutamente diversos y contradictorios: uno de ellos se robará esa misma tarde la gloria del cielo; mientras que el tercero no dará, al menos externamente, signos de arrepentimiento, sino de odio y de desprecio.
A ese cuerpo ya no lo llevas, lo arrastras, y cuando te vence la debilidad, te recibe secamente el suelo polvoriento. Tu rostro se impacta contra las piedrecillas. La sangre y el sudor se vuelven lodo. Has perdido la conciencia más de una vez. La muerte empieza a rondar. Te levantas para llegar hasta la meta, para cumplir tu misión, para no dejar de amar hasta la última brizna de vida. Pero estás tan débil y tu mirada tan perdida, que uno de los soldados debe echar mano de un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, para que te ayude a llevar el travesaño hasta los pies del Calvario.
Es un camino cargado de gritos, burlas, improperios, llanto, reclamos de piedad, insultos, obscenidades.
“¡Padre, llegó la hora!” La hora de las tinieblas, que en la cruz será la hora del amor supremo, y a base de humildad, trocarás el Via-crucis en Via-lucis. Desde ella, desde ese patíbulo de ignominia todo dolor humano quedará injertado en el tuyo, preñado de eternidad y roto desde dentro su sinsentido y toda desesperación.
Observas cómo preparan el travesaño horizontal para hacerlo empalmar posterior-mente con el vertical que ya ha sido sólidamente erigido en la cumbre de aquel montículo.
Te quitan la ropa, tu túnica bañada en sangre, casi seca. Te la arrancan abriéndote nuevamente tantas heridas a punto de cerrar. Duele demasiado, como si te desollaran de espaldas y pecho.
Te hacen recostar, abriendo los brazos sobre el madero. Tus manos benditas, que siempre compartieron todo y que no dejaron de bendecir a tu alrededor, ahora quedan atrapadas por dos inmensos clavos que perforan tus muñecas, una después de la otra, creando un dolor de tal magnitud que te hace convulsionar de pies a cabeza. Es un horrendo calambre que recorre tus brazos, como una descarga que llega a la columna, inmisericorde, y que no te abandonará sino hasta el mismo momento de tu muerte.
Con gran agilidad te levantan, elevan el travesaño hasta hacerlo empotrar en el palo vertical. Lo aseguran y, entonces, realizan la misma maniobra sobre tus pies: los fijarán al madero con otro clavo, un pie sobre el otro. Tus pies, que sólo trajeron verdad y belleza, la buenas nuevas del Reino, la alegría del amor del Padre, ahora están inmóviles, atravesados por ese clavo, para siempre.
No hubo cuerdas de apoyo para tus brazos, no había estribo como asiento ni como apoyo para tus pies. Los tres criminales quedaron literalmente pendientes de sus carnes vivas. El tormento romano fue inventado y desarrollado para infligir a los condenados un dolor atroz que hacía bisagra sobre su aguante físico: en la medida en que se podían apoyar sobre sus heridas vivas para levantar el cuerpo podían respirar; al cansarse, se abandonaban, creando una desesperante sensación de ahogo. La posición del crucificado buscaba la muerte por asfixia. Era, por tanto, doblemente macabro, ingenioso, sádico… ¡y allí colgaba el hijo de Dios!
El diablo se debió sentir profundamente satisfecho. Había logrado dirigir todas las baterías, todas las pasiones humanas contra el Mesías y lo tenía indefenso y moribundo sobre una cruz.
Ahora tu cuerpo se retuerce y gime, anhelando un poco de oxígeno. Sientes estallar los pulmones, y, con enorme esfuerzo, logras algunas bocanadas de aire irguiéndote sobre tus carnes, sobre tus heridas abiertas. Respiras a precio de infinito dolor.
 Tres horas pendiendo de la cruz, hasta compartir la angustia de los condenados. No “sientes” la presencia del Padre, como si se te hubiese escondido su rostro:“Eloí, Eloí, lamá sabactaní”. Hasta allá bajaste, hasta los límites del abandono y de la desesperación, para desde allá rescatar al hombre, rescatarme a mí de las garras del infierno, de mis más íntimos miedos, de mis más ocultos complejos. Este es el precio de mi salvación, de mi rescate. ¡Demasiado alto para jugar con él! ¡Demasiado amor para continuar jugando con ello!
Y todo esto por mí, en lugar mío, para mí. Para demostrarme –con hechos- cuánto me quieres, cuánto valgo ante tus ojos y cuánto esperas de mí, Señor.
Cuando así me has amado, la única pregunta válida es ésta: ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué quieres de mí, Señor? ¡Aquí me tienes! Cuenta conmigo para lo que quieras. Te lo mereces. En verdad, algo menos de esto sería absurdo, vil tacañería, desesperante ceguera.
Ojalá que al contemplar tu cuerpo fláccido y desgarrado a jirones, tus manos retorcidas, tus pies amoratados, tu rostro deformado, tu sangre que no cesa de escapar desde todos tus poros y ha encharcado la base de tu cruz, yo no pueda contener el grito que escapó del pecho de S. Pablo: “la vida al presente la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.
Sí, Señor. Ahora puedes terminar de morir en paz. Todo está consumado.
Sí: todo lo has cumplido. Has cumplido de sobra tu misión… “los amó hasta el extremo”.
E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu